miércoles, 3 de junio de 2009

LOS CABILDOS AFRICANOS EN CUBA, UN ESPACIO DE TRANSMISIÓN IDENTITARIA Y ECONÓMICA.

LOS CABILDOS AFRICANOS EN CUBA, UN ESPACIO DE TRANSMISIÓN IDENTITARIA Y ECONÓMICA.

Por Lucas Garve. Fundación por la Libertad de Expresión. La Habana.

Al examinar las definiciones tradicionales de las agrupaciones civiles denominadas “Cabildos de nación” constatamos como éstas no alcanzan a totalizar tales organizaciones.
El fenómeno de la presencia de los llamados Cabildos debe más a la necesidad del ordenamiento de una sociedad colonial pluriétnica que a la de una sociedad esclavista basada en el sistema económico de plantación.
Si se examinan las definiciones tradicionales de este tipo de organización civil colonial observamos que la conceptúan como “reuniones de negros y negras bozales en casas destinadas al efecto, sociedad de pura diversión y socorro gracias a la que reunían fondos” (destacada por Esteban Pichardo Moya).
También vemos como Fernando Ortiz parte de esta descripción de Pichardo Moya y agrega el origen peninsular de estas sociedades y destaca el papel desempeñado por ellos en el proceso de transculturación, mientras que resalta la importancia de la figura del babalawo (sacerdote de la religión de Ifá) y de las fiestas principales como la del Día de Reyes.
Por su lado, la definición tomada de Deschamps Chapeaux muestra su parcialidad al soslayar los aspectos relacionados con el poder político y las relaciones clientelares que pudieron mantener con el poder colonial.
Realmente, los cabildos de nación fueron organizaciones uniformizadas por un reglamento impuesto por las autoridades coloniales españolas. Si vamos más allá hasta su origen denotaremos que sirvieron como un elemento de segregación y control de las poblaciones de diversas etnias asentadas en Andalucía al sur de España, base de una población con marcadas características pluriétnicas. Se conoce que los cabildos sevillanos que agrupaban a gitanos y otras “razas pobres” ya existían en el siglo XVI.
Así el poder colonial español utilizó esta forma de socialización en regiones donde la presencia africana fue importante.
La primera información sobre cabildos en Cuba data del siglo XVI. Exactamente en 1568, el procurador de la villa de La Habana, Don Bartolomé Cepero levanta una protesta ante el Ayuntamiento por la costumbre de que “los negros y negros de la villa se llamen a sí mismos “reyes y reinas” y celebren consultas, juntas y banquetes” , declaración recogida en Actas Capitulares del Ayuntamiento de la Habana, fechada el 20 de enero de 1568.
El nombre de “cabildo” se le otorgó al parecer por analogía a la corporación municipal que designaban con ese vocablo y sus homólogas africanas se establecieron esencialmente en las ciudades, lo que significa que fue un fenómeno prácticamente urbano y además de contaron con una connotación netamente de carácter civil.
Ya otra cosa fue la derivación transgresora que la voluntad de resistencia produjo durante la existencia de los mismos. Pues siendo concebidos como una forma de manipulación clientelar y de control de sus miembros. Estos aprovecharon el espacio ofrecido para recrear un escenario propicio para la transmisión de elementos de las culturas de los pueblos africanos de los que procedían. Efectivamente, los emplearon como un arma emergente de resistencia cultural, al mismo tiempo que la contradicción intercultural con el contexto hizo factible las premisas integradoras de un proceso de transculturación.
En los cabildos de nación africana, los cargos ejercidos estaban diseñados a partir de los establecidos por la pirámide social clasista, las funciones dirigentes eran desempeñadas por el capataz, el mayordomo, el rey, la reina, la matrona. Los jefes del cabildo eran tres de cada sexo y uno de cada género ejercía como el principal. Un dato que arroja la voluntad de destacar la importancia que la presencia femenina tenía en sus costumbres ancestrales. Miembros de ambo sexos eran elegidos por su prestigio social dentro del grupo, por poseer ciertas jerarquías religiosas y por el respeto de sus familiares. En tanto, la asunción del cargo le confería un reconocimiento oficial porque lo acreditaba como una especie de interlocutor oficioso de su nación africana de origen ante las autoridades coloniales máximas.
La membresía de los cabildos de nación se caracterizaba por la pluralidad social y económica. Pero lo que los unía a todos era que todos en algún momento habían sido esclavos, un hecho innegable que de modo plausible, los comprometía e impulsaba a conseguir la emancipación de otros congéneres – parientes o amigos- que aún eran esclavos.
Esto último, unido al hecho de la presencia de la conservación de elementos culturales esenciales por la homogeneidad de su origen contribuyó entonces a hacer perdurable la cohesión grupal y el mantenimiento de las tradiciones de la etnia de pertenencia.
Más no solamente los cabildos de nación africana sirvieron como escenarios de resistencia cultural y hasta de protección de los menores, como son los casos en que se ocupaban de asumir la crianza de los huérfanos en caso de no existir parientes inmediatos.
Asimismo, resulta insoslayable examinar la cuestión económica producto de la recuperación de fondos monetarios e inmuebles. Al fallecer, los miembros del cabildo que carecían de legatarios, sus bienes de todo tipo pasaban al cabildo o a miembros prestigiosos del cabildo.
Un ejemplo documental de esto último, lo ofrece la Dra. Maria del Carmen Barcia Zequeira en su libro “La otra familia” sobre las relaciones, redes y parentescos familiares de los esclavos en Cuba.
En la obra citada, la autora destaca el caso de Juan Bertault, de nación carabalí, nacido en 1814, vecino del barrio extramuros de Chávez quien llegó a acumular una suma ascendente a 30, 921, 24 pesos fuertes, capataz de cabildo de su nación, tapicero de oficio, propietario de inmuebles obtenidos de hipotecas, ¿usurero?, casado en primeras nupcias con María Genoveva Morejón, también de origen carabalí, quien aportó bienes al matrimonio por la cifra de 1, 650 pesos. Sin embargo, apunta la autora el hecho de ser receptor de legados de miembros fallecidos de su cabildo que testaron a su favor al no tener familiares, lo cual contribuyó a incrementar su caudal individual.
Gracias a este ejemplo, es posible constatar como un esclavo se integró en la sociedad esclavista e hizo suyas formas legales unas y otras no tanto de ascensión social y enriquecimiento de la clase dominante. FIN. LG/07.
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Por Lucas Garve. Fundación por la Libertad de Expresión. La Habana.

Al examinar las definiciones tradicionales de las agrupaciones civiles denominadas “Cabildos de nación” constatamos como éstas no alcanzan a totalizar tales organizaciones.
El fenómeno de la presencia de los llamados Cabildos debe más a la necesidad del ordenamiento de una sociedad colonial pluriétnica que a la de una sociedad esclavista basada en el sistema económico de plantación.
Si se examinan las definiciones tradicionales de este tipo de organización civil colonial observamos que la conceptúan como “reuniones de negros y negras bozales en casas destinadas al efecto, sociedad de pura diversión y socorro gracias a la que reunían fondos” (destacada por Esteban Pichardo Moya).
También vemos como Fernando Ortiz parte de esta descripción de Pichardo Moya y agrega el origen peninsular de estas sociedades y destaca el papel desempeñado por ellos en el proceso de transculturación, mientras que resalta la importancia de la figura del babalawo (sacerdote de la religión de Ifá) y de las fiestas principales como la del Día de Reyes.
Por su lado, la definición tomada de Deschamps Chapeaux muestra su parcialidad al soslayar los aspectos relacionados con el poder político y las relaciones clientelares que pudieron mantener con el poder colonial.
Realmente, los cabildos de nación fueron organizaciones uniformizadas por un reglamento impuesto por las autoridades coloniales españolas. Si vamos más allá hasta su origen denotaremos que sirvieron como un elemento de segregación y control de las poblaciones de diversas etnias asentadas en Andalucía al sur de España, base de una población con marcadas características pluriétnicas. Se conoce que los cabildos sevillanos que agrupaban a gitanos y otras “razas pobres” ya existían en el siglo XVI.
Así el poder colonial español utilizó esta forma de socialización en regiones donde la presencia africana fue importante.
La primera información sobre cabildos en Cuba data del siglo XVI. Exactamente en 1568, el procurador de la villa de La Habana, Don Bartolomé Cepero levanta una protesta ante el Ayuntamiento por la costumbre de que “los negros y negros de la villa se llamen a sí mismos “reyes y reinas” y celebren consultas, juntas y banquetes” , declaración recogida en Actas Capitulares del Ayuntamiento de la Habana, fechada el 20 de enero de 1568.
El nombre de “cabildo” se le otorgó al parecer por analogía a la corporación municipal que designaban con ese vocablo y sus homólogas africanas se establecieron esencialmente en las ciudades, lo que significa que fue un fenómeno prácticamente urbano y además de contaron con una connotación netamente de carácter civil.
Ya otra cosa fue la derivación transgresora que la voluntad de resistencia produjo durante la existencia de los mismos. Pues siendo concebidos como una forma de manipulación clientelar y de control de sus miembros. Estos aprovecharon el espacio ofrecido para recrear un escenario propicio para la transmisión de elementos de las culturas de los pueblos africanos de los que procedían. Efectivamente, los emplearon como un arma emergente de resistencia cultural, al mismo tiempo que la contradicción intercultural con el contexto hizo factible las premisas integradoras de un proceso de transculturación.
En los cabildos de nación africana, los cargos ejercidos estaban diseñados a partir de los establecidos por la pirámide social clasista, las funciones dirigentes eran desempeñadas por el capataz, el mayordomo, el rey, la reina, la matrona. Los jefes del cabildo eran tres de cada sexo y uno de cada género ejercía como el principal. Un dato que arroja la voluntad de destacar la importancia que la presencia femenina tenía en sus costumbres ancestrales. Miembros de ambo sexos eran elegidos por su prestigio social dentro del grupo, por poseer ciertas jerarquías religiosas y por el respeto de sus familiares. En tanto, la asunción del cargo le confería un reconocimiento oficial porque lo acreditaba como una especie de interlocutor oficioso de su nación africana de origen ante las autoridades coloniales máximas.
La membresía de los cabildos de nación se caracterizaba por la pluralidad social y económica. Pero lo que los unía a todos era que todos en algún momento habían sido esclavos, un hecho innegable que de modo plausible, los comprometía e impulsaba a conseguir la emancipación de otros congéneres – parientes o amigos- que aún eran esclavos.
Esto último, unido al hecho de la presencia de la conservación de elementos culturales esenciales por la homogeneidad de su origen contribuyó entonces a hacer perdurable la cohesión grupal y el mantenimiento de las tradiciones de la etnia de pertenencia.
Más no solamente los cabildos de nación africana sirvieron como escenarios de resistencia cultural y hasta de protección de los menores, como son los casos en que se ocupaban de asumir la crianza de los huérfanos en caso de no existir parientes inmediatos.
Asimismo, resulta insoslayable examinar la cuestión económica producto de la recuperación de fondos monetarios e inmuebles. Al fallecer, los miembros del cabildo que carecían de legatarios, sus bienes de todo tipo pasaban al cabildo o a miembros prestigiosos del cabildo.
Un ejemplo documental de esto último, lo ofrece la Dra. Maria del Carmen Barcia Zequeira en su libro “La otra familia” sobre las relaciones, redes y parentescos familiares de los esclavos en Cuba.
En la obra citada, la autora destaca el caso de Juan Bertault, de nación carabalí, nacido en 1814, vecino del barrio extramuros de Chávez quien llegó a acumular una suma ascendente a 30, 921, 24 pesos fuertes, capataz de cabildo de su nación, tapicero de oficio, propietario de inmuebles obtenidos de hipotecas, ¿usurero?, casado en primeras nupcias con María Genoveva Morejón, también de origen carabalí, quien aportó bienes al matrimonio por la cifra de 1, 650 pesos. Sin embargo, apunta la autora el hecho de ser receptor de legados de miembros fallecidos de su cabildo que testaron a su favor al no tener familiares, lo cual contribuyó a incrementar su caudal individual.
Gracias a este ejemplo, es posible constatar como un esclavo se integró en la sociedad esclavista e hizo suyas formas legales unas y otras no tanto de ascensión social y enriquecimiento de la clase dominante. FIN. LG/07.
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