lunes, 25 de octubre de 2010

LOS MITOS CULTURALES Y LOS RELATOS DE IDENTIDAD

LOS MITOS CULTURALES Y LOS RELATOS DE IDENTIDAD
Por Lucas Garve.
La cultura oficial instituyó el mes de octubre como el de celebración de lo denominado como la Cultura Cubana. ¿Existe una Cultura Cubana? ¿Qué se entiende cómo Cultura Cubana?
El comienzo de la primera Guerra de Independencia, su inicio el 10 de octubre de 1868, conocida como la Guerra de los Diez Años por la historiografía cubana, marca actualmente según la propaganda política oficial el primer hecho cultural cubano. El 20 de octubre el aparato ideológico oficial lo designó como la fecha para marcar el Día de la Cultura Cubana. El evento lo justificaron porque en 1868, se cantó por primera vez la marcha que luego se adoptaría como el Himno Nacional cubano.
De esta forma, la historiografía oficial cubana vincula la identidad cultural cubana con la acción de inicio de la primera de nuestras guerras de independencia. ¿Entonces la Cultura Cubana posee un marcado carácter de acción violenta? ¿Es la violencia separatista de un grupo de hacendados blancos de la región oriental la que impregna con esa impronta la Cultura Cubana en su búsqueda de un camino hacia la Modernidad?
Una y otra vez la historiografía oficial escrita desde el 1902 hasta hoy y pautada por los derroteros ideológicos y las necesidades políticas del régimen cubano ha aprovechado esta interpretación de los acontecimientos ocurridos en octubre del 1868.
¿Habían ocurrido en Cuba otros eventos de esa índole? Sí. Un ejemplo, muy poco interesante para los que asentaron en blanco y negro la Historia de Cuba, es la conspiración de Aponte. En 1818, José Antonio Aponte Ulabarra junto a otros integrantes del Batallón de Morenos intervinieron en una conjura que tuvo ramificaciones en Trinidad y Puerto Príncipe (Camagüey). Esta conspiración implicaba la participación de elementos libres en su mayoría, pero además esclavos.
Una conspiración que es relevante en la Historia de Cuba por la amplitud de sus conexiones establecidas sobre la base de redes de sociabilidad como cabildos, cofradías, grupos gremiales (pues en el caso de Aponte era carpintero y formaba parte del Batallón de Morenos) redes familiares y redes de afinidad familiar.
Pero más interesante aún es que estos miembros del citado Batallón poseían un imaginario o relato conformado por los Batallones de Tropas Negras Auxiliares que habían intervenido en campañas en Haití y La Florida. Tan es así que entre los documentos y objetos ocupados a Aponte anotaron un libro con imágenes que reflejaban una especie de linaje cuyo propósito inmediato no podría ser otro que el de recrear, legitimar y transmitir un relato que sirviera de base a la construcción de un imaginario concreto que restituyera a negros y mestizos su identidad.
Inexplicablemente, este libro, documento esencial para entender y extender el alcance de la postura de José Antonio Aponte, nunca ha aparecido y solamente se cuenta con las descripciones transcritas en las copias de los interrogatorios de J A Aponte, quien las detalló cuidadosamente. (Ref. María del Carmen Barcia, Los Ilustres Apellidos: Los negros en La Habana Colonial. Sección Notas # 234, pág. 323. Colección Raíces. Ediciones Boloña. Publicaciones de la Oficina del historiador de La Habana, 2009).
Vale la ocasión para destacar las relaciones establecidas con el proceso sucedido en Haití como elemento de reforzamiento del prestigio de la raza negra. Es preciso señalar asimismo los deseos de ascensión social de los individuos pertenecientes a este grupo de descendencias de origen africano, directas o nacidas en Cuba, criollos. Las vías con que contaron fueron las únicas dos que la época les ofrecía: la religión y la militar. A pesar que estos Batallones de negros y mestizos obedecieron las órdenes de sus superiores, en su interior no dejó de surgir el sentido de la libertad e independencia.
Las cofradías religiosas fueran católicas o de tradición africana, así como la incorporación a Batallones militares y a asociaciones secretas como los juegos abakuá aportan relaciones de confiabilidad y solidaridad que no han merecido la atención requerida por su importancia en la formación de la idiosincrasia del cubano. No menos desdeñables es la participación de estos individuos en sociedades como las masónicas.
A partir de 1880, se desarrolló un amplio proceso de transformación de la sociedad colonial cubana en pos de la culminación en una sociedad de consumo. Las asociaciones civiles tuvieron un enorme crecimiento.
Profundas fueron las redes de sociabilidad de todo tipo surgidas a partir de los años 80 del siglo XIX, las que se prolongaron hasta bien entrado el siglo XX. Los Casinos Españoles de la Raza de Color aparecieron en los años 80 del siglo XIX como una forma de hacer clientelismo y manipular a la población negra en apoyo a la Metrópoli española. Mientras grupos de población negra y mestiza pertenecientes a las capas populares se organizaron en asociaciones caracterizadas principalmente por estar orientadas hacia la instrucción y al recreo.
También se desconoce hoy que esas sociedades tuvieron ramificaciones entre los emigrados. Asociaciones de ese tipo surgieron y agruparon a numerosos miembros en Cayo Hueso, Tampa y Nueva York, núcleos importantes de cubanos en los EEUU.
Es curioso que algunas de estas asociaciones como es el caso del Centro de Cocheros mantenía escuelas para niños negros, mestizos y blancos de familias de capas populares, aunque la mayoría de sus integrantes fueran negros y mestizos. Lo que revela que los lazos de sociabilidad se formaban en torno a la situación socio - económica más bien antes que por grupos de descendencia.
Las sociedades de negros y mestizos alcanzaron en 1887 un nuevo impulso, trece de estas agrupaciones se reunieron para formar el Directorio Central de Sociedades de Color registrado oficialmente en 1888 bajo la presidencia de Santiago Pérez y Juan Gualberto Gómez como presidente honorario.
Las principales sociedades económicas de negros y mestizos, con menos recursos que sus similares españolas, ofrecieron servicios de salud en centros de salud y farmacias mantenidas hasta el siglo XX. Figuras destacadas en esta acción fueron el Dr. Delgado Jorrín, director de la clínica del Centro de Cocheros y la Dra. María Latapier de Céspedes, farmacéutica a cargo de la farmacia de la sociedad Unión Fraternal.
Entre las de extensa historia está Unión Fraternal, fundada en 1885, con una vida prolongada hasta bien entrado el siglo XX, además contó con un Centro de Enseñanza, servicios médicos y farmacéuticos y clases nocturnas para adultos. En las dos primeras décadas del siglo XX las élites negras y mestizas se agruparon en Le Printemps, La Sociedad de Amigos del Vals, Círculo Progresista y la Sociedad de Estudios Científicos y Literarios.
En 1917, personalidades de las élites negras fundaron el Club Atenas, el 32% de sus miembros eran profesionales, 19% industriales y comerciantes, propietarios y ya en los años 50 funcionaba como un grupo de presión social. Estas sociedades estuvieron activas hasta el 1960.
Desde finales del siglo XIX hasta los 40 del siglo XX, estas sociedades contaron con de medios de prensa llegando a tener 37 periódicos y revistas, sin contar los boletines y folletos de las sociedades de todas las provincias. Los que sirvieron para divulgar ideas de progreso, educación e instrucción a miembros de ambos géneros de este grupo de descendencia.
Hubo un sinnúmero de personalidades negras y mestizas relevantes en la educación y las Bellas Artes, la Música, la Prensa. Destaco el caso de Antonio Medina, maestro y formador de juventudes al decir de hoy, al ser comparado con José de la Luz y Caballero. También fue redactor del Faro Industrial entre 1840 y1842. Fundó el colegio Nuestra Señora de los Desamparados, donde dispensó la enseñanza más avanzada a negros y mestizos, que después jugaron un papel destacado en Cuba, el más relevante fue Juan Gualberto Gómez que fue profesor en ese centro.
Hubo mujeres negras destacadas incluso en la prensa al ocupar un lugar relevante en periódicos y revistas, Úrsula Coimbra de Valverde, Cristina Ayala, Carmelina Sarracent, Salie Derosme. Mujeres negras que demostraron el valor intelectual de las de su grupo de descendencia al seguir las huellas de las matronas y reinas de los cabildos o de otras como Úrsula Lambert.
Es la ocasión ejemplar para destacar la personalidad de esta mujer haitiana que vivió en Cuba, la que se convirtió en protagonista de una película reciente en la que solamente destacan su relación amorosa dependiente del amor de un hacendado europeo blanco y no como mujer negra libre e industriosa que al morir dejó un cuantioso legado testamentario, incluso como acreedora de su propio cónyuge.
Estudiosos, investigadores e historiadores cubanos han profundizado en sus obras en el tejido social y civil del sector negro y mestizo, esclavos y libre y criollos, pero los han encerrado en fondos de bibliotecas y quedaron para el conocimiento y estudio de especialistas sin divulgación suficiente entre el público en general.
En los libros de texto de Historia de Cuba estos relatos no han tenido espacio. Generaciones de cubanos han aprendido una Historia parcializada e incompleta. De esta forma, se oculta la memoria histórica de este componente imprescindible para la formación de una Nación cubana.
También, poco interés aparte de la notación y datación simples, despertaron las redes que negros y mestizos habían construido mediante intereses comunes como parte de una sociedad esclavista fundada en la violencia de una estructura de clases afincada en la hegemonía del “hombre blanco dueño de haciendas sobre mujeres y esclavos, sin ninguna duda de su masculinidad”, para designarlo al modo que lo hizo cierto anónimo en aquellos primeros papeles fundacionales publicados en el Papel Periódico de La Habana a finales del 1700.
Los cabildos, asociaciones étnicas o por grupos de descendencia, grupos gremiales, lazos inter - familiares, lazos de relación a partir de etnias, vinculaciones de tipo religioso mediante las familias religiosas a un padrino o un babalawo sirvieron su espacio para establecer redes de confianza, solidaridad y de apoyo financiero mediante préstamos, legados, herencias.
Desde el siglo pasado, las preocupaciones sobre la Cultura Cubana movieron a distinguidos intelectuales cubanos a estudiar desde sus puntos de vista las relaciones entre Cultura y formación de la Nación.
Hasta el presente, esos estudios e investigaciones han aparecido sistemáticamente, pero en la mayor parte de las ocasiones, para no ser absoluto, impregnados por la visión sociopolítica de sus autores. A partir de estudios socio culturales basados en teorías euro centristas unas, otras surgidas en medios científicos y universitarios de América del Norte, pero ajenas a nuestra particular identidad cultural.
Es posible preguntarnos si estas visiones de la formación de la Nación se basan en la pluralidad que dispensan los estudios multidisciplinarios revisados con una mirada identitaria propia o exclusivamente ofrecen un examen de la datación de eventos y la acción de las figuras más relevantes para una épica nacional, embriagados por un latente mesianismo oculto detrás de un premeditado relato de una Nación que sirva a los intereses particulares de la clase política o una copia de otros de diferentes latitudes.
Una clase política liderada por hombres blancos, guerreros en su mayoría, heterosexuales, transmisores de una hegemonía que se reproducía desde siglos anteriores y legó sus valores a las generaciones posteriores al 1902.
Hay aún preguntas por replantearse en el sentido de una actualización de este fenómeno socio – político – cultural – territorial. ¿Existe una Nación cubana? ¿La Nación cubana es ese espacio intangible heredado y formado solamente por los que se denominan “revolucionarios” proclamados por el régimen comunista como dueños de las calles, las plazas y las instituciones?
Este pretendido predominio de una configuración ideo-política sobre el espacio geográfico físico identificado como la Nación cubana no es válido, primeramente por ser excluyente, luego por dividir en “guetos” o archipiélagos sociales la sociedad e impedir, a la vez, la formación de una cultura cívica, la que hace falta para tratar de buscar el camino de sanación de las grietas espirituales que padece la sociedad cubana y, por último, porque no garantiza el reconocimiento de la multiplicidad de individualidades que conforman el archipiélago sociológico cultural existente hoy en Cuba a pesar de las imperiosas necesidades de aprobación social del régimen en torno a su agotado proyecto de Nación.
¿Hay pues una Nación cubana con una Cultura con carácter identitario y de unicidad? ¿Son la rumba, los cantos rituales y bailes de la tradición yoruba, el ballet clásico y el flamenco, la canción política llamada Nueva Trova, el bolero, la pintura abstracta o la nueva figuración, el teatro y sus personajes travestidos, los mítines masivos con sus actos políticos - culturales tan patéticos el reflejo de la Cultura cubana? Indudablemente no.
¿Quedan las representaciones concreto-sensibles reflejadas en las Artes en Cuba como un muestrario del producto de una “Alta Cultura elitista y blanca”, la cual ya en los primeros decenios del siglo pasado dio muestras claras de agotamiento junto con un anexo donde caben las llamadas expresiones populares de una cultura de resistencia o el conjunto de experiencias vitales de negros, mestizos y blancos cada uno por su lado?
El relato de la Nación cubana por construir nuevamente no puede rescribirse sin anotar por su relevancia el reconocimiento de los grupos de descendencia africana, necesitado de reconocerse a sí mismos, descubrir y reincorporar un imaginario que no sea solamente un catálogo de imágenes religiosas y poses pintorescas a la manera de Landaluze, sino reconocer la identidad en toda su dimensión que les ha sido escamoteada, escondida, relegada, desvalorizada.
Todas estas interrogantes debemos plantearlas frente a cada evento con que nos quieren imponer una representatividad ilegítima. Simplemente, porque no son una expresión auténtica producida por el esfuerzo creativo de sujetos socializados por la relación obtenida mediante la comunicación y la integración de ellos con otros actores insertos en redes de sociabilización dentro de sus comunidades. Son una especie de pastiches con que nos han querido confundir para que no descubramos nuestros propios valores.
La revisión de los mitos culturales que conforman un relato de la Nación deberá servir para actualizar una Modernidad – Otra diferente de la que nos legaron mediante un proceso que convirtió a Cuba en una sociedad de consumo primero y luego 60 años más tarde la redujeron a la quiebra material y espiritual que experimentamos hoy en día.
El proceso de recapitalización de los valores espirituales de los ciudadanos redundará en la reapropiación de un espacio que es nuestro por derecho y la acumulación de riquezas espirituales en la medida en que sepamos distinguir las prioridades imprescindibles en cada momento y nos apartemos de perder el tiempo que ya se nos acaba en recurrir a mitos cosechados y visiones parciales para engañarnos una y otra vez.
FIN. LG/10.
Bibliografía:
-Barcia, María del Carmen. Capas Populares y Modernidad en Cuba (1878 – 1930) Colección La Fuente Viva. Fundación Fernando Ortiz, 2005.
-Barcia, María del Carmen. Los Ilustres Apellidos. Negros en La Habana Colonial. Ediciones Boloña. Oficina del Historiador de La Habana, 2009.
Hevia Lanier, Oílda: El Directorio Central de las Sociedades Negras de Cuba. 1886-1894, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1996.
La Habana, 2010-10-04.
Por Lucas Garve.
La cultura oficial instituyó el mes de octubre como el de celebración de lo denominado como la Cultura Cubana. ¿Existe una Cultura Cubana? ¿Qué se entiende cómo Cultura Cubana?
El comienzo de la primera Guerra de Independencia, su inicio el 10 de octubre de 1868, conocida como la Guerra de los Diez Años por la historiografía cubana, marca actualmente según la propaganda política oficial el primer hecho cultural cubano. El 20 de octubre el aparato ideológico oficial lo designó como la fecha para marcar el Día de la Cultura Cubana. El evento lo justificaron porque en 1868, se cantó por primera vez la marcha que luego se adoptaría como el Himno Nacional cubano.
De esta forma, la historiografía oficial cubana vincula la identidad cultural cubana con la acción de inicio de la primera de nuestras guerras de independencia. ¿Entonces la Cultura Cubana posee un marcado carácter de acción violenta? ¿Es la violencia separatista de un grupo de hacendados blancos de la región oriental la que impregna con esa impronta la Cultura Cubana en su búsqueda de un camino hacia la Modernidad?
Una y otra vez la historiografía oficial escrita desde el 1902 hasta hoy y pautada por los derroteros ideológicos y las necesidades políticas del régimen cubano ha aprovechado esta interpretación de los acontecimientos ocurridos en octubre del 1868.
¿Habían ocurrido en Cuba otros eventos de esa índole? Sí. Un ejemplo, muy poco interesante para los que asentaron en blanco y negro la Historia de Cuba, es la conspiración de Aponte. En 1818, José Antonio Aponte Ulabarra junto a otros integrantes del Batallón de Morenos intervinieron en una conjura que tuvo ramificaciones en Trinidad y Puerto Príncipe (Camagüey). Esta conspiración implicaba la participación de elementos libres en su mayoría, pero además esclavos.
Una conspiración que es relevante en la Historia de Cuba por la amplitud de sus conexiones establecidas sobre la base de redes de sociabilidad como cabildos, cofradías, grupos gremiales (pues en el caso de Aponte era carpintero y formaba parte del Batallón de Morenos) redes familiares y redes de afinidad familiar.
Pero más interesante aún es que estos miembros del citado Batallón poseían un imaginario o relato conformado por los Batallones de Tropas Negras Auxiliares que habían intervenido en campañas en Haití y La Florida. Tan es así que entre los documentos y objetos ocupados a Aponte anotaron un libro con imágenes que reflejaban una especie de linaje cuyo propósito inmediato no podría ser otro que el de recrear, legitimar y transmitir un relato que sirviera de base a la construcción de un imaginario concreto que restituyera a negros y mestizos su identidad.
Inexplicablemente, este libro, documento esencial para entender y extender el alcance de la postura de José Antonio Aponte, nunca ha aparecido y solamente se cuenta con las descripciones transcritas en las copias de los interrogatorios de J A Aponte, quien las detalló cuidadosamente. (Ref. María del Carmen Barcia, Los Ilustres Apellidos: Los negros en La Habana Colonial. Sección Notas # 234, pág. 323. Colección Raíces. Ediciones Boloña. Publicaciones de la Oficina del historiador de La Habana, 2009).
Vale la ocasión para destacar las relaciones establecidas con el proceso sucedido en Haití como elemento de reforzamiento del prestigio de la raza negra. Es preciso señalar asimismo los deseos de ascensión social de los individuos pertenecientes a este grupo de descendencias de origen africano, directas o nacidas en Cuba, criollos. Las vías con que contaron fueron las únicas dos que la época les ofrecía: la religión y la militar. A pesar que estos Batallones de negros y mestizos obedecieron las órdenes de sus superiores, en su interior no dejó de surgir el sentido de la libertad e independencia.
Las cofradías religiosas fueran católicas o de tradición africana, así como la incorporación a Batallones militares y a asociaciones secretas como los juegos abakuá aportan relaciones de confiabilidad y solidaridad que no han merecido la atención requerida por su importancia en la formación de la idiosincrasia del cubano. No menos desdeñables es la participación de estos individuos en sociedades como las masónicas.
A partir de 1880, se desarrolló un amplio proceso de transformación de la sociedad colonial cubana en pos de la culminación en una sociedad de consumo. Las asociaciones civiles tuvieron un enorme crecimiento.
Profundas fueron las redes de sociabilidad de todo tipo surgidas a partir de los años 80 del siglo XIX, las que se prolongaron hasta bien entrado el siglo XX. Los Casinos Españoles de la Raza de Color aparecieron en los años 80 del siglo XIX como una forma de hacer clientelismo y manipular a la población negra en apoyo a la Metrópoli española. Mientras grupos de población negra y mestiza pertenecientes a las capas populares se organizaron en asociaciones caracterizadas principalmente por estar orientadas hacia la instrucción y al recreo.
También se desconoce hoy que esas sociedades tuvieron ramificaciones entre los emigrados. Asociaciones de ese tipo surgieron y agruparon a numerosos miembros en Cayo Hueso, Tampa y Nueva York, núcleos importantes de cubanos en los EEUU.
Es curioso que algunas de estas asociaciones como es el caso del Centro de Cocheros mantenía escuelas para niños negros, mestizos y blancos de familias de capas populares, aunque la mayoría de sus integrantes fueran negros y mestizos. Lo que revela que los lazos de sociabilidad se formaban en torno a la situación socio - económica más bien antes que por grupos de descendencia.
Las sociedades de negros y mestizos alcanzaron en 1887 un nuevo impulso, trece de estas agrupaciones se reunieron para formar el Directorio Central de Sociedades de Color registrado oficialmente en 1888 bajo la presidencia de Santiago Pérez y Juan Gualberto Gómez como presidente honorario.
Las principales sociedades económicas de negros y mestizos, con menos recursos que sus similares españolas, ofrecieron servicios de salud en centros de salud y farmacias mantenidas hasta el siglo XX. Figuras destacadas en esta acción fueron el Dr. Delgado Jorrín, director de la clínica del Centro de Cocheros y la Dra. María Latapier de Céspedes, farmacéutica a cargo de la farmacia de la sociedad Unión Fraternal.
Entre las de extensa historia está Unión Fraternal, fundada en 1885, con una vida prolongada hasta bien entrado el siglo XX, además contó con un Centro de Enseñanza, servicios médicos y farmacéuticos y clases nocturnas para adultos. En las dos primeras décadas del siglo XX las élites negras y mestizas se agruparon en Le Printemps, La Sociedad de Amigos del Vals, Círculo Progresista y la Sociedad de Estudios Científicos y Literarios.
En 1917, personalidades de las élites negras fundaron el Club Atenas, el 32% de sus miembros eran profesionales, 19% industriales y comerciantes, propietarios y ya en los años 50 funcionaba como un grupo de presión social. Estas sociedades estuvieron activas hasta el 1960.
Desde finales del siglo XIX hasta los 40 del siglo XX, estas sociedades contaron con de medios de prensa llegando a tener 37 periódicos y revistas, sin contar los boletines y folletos de las sociedades de todas las provincias. Los que sirvieron para divulgar ideas de progreso, educación e instrucción a miembros de ambos géneros de este grupo de descendencia.
Hubo un sinnúmero de personalidades negras y mestizas relevantes en la educación y las Bellas Artes, la Música, la Prensa. Destaco el caso de Antonio Medina, maestro y formador de juventudes al decir de hoy, al ser comparado con José de la Luz y Caballero. También fue redactor del Faro Industrial entre 1840 y1842. Fundó el colegio Nuestra Señora de los Desamparados, donde dispensó la enseñanza más avanzada a negros y mestizos, que después jugaron un papel destacado en Cuba, el más relevante fue Juan Gualberto Gómez que fue profesor en ese centro.
Hubo mujeres negras destacadas incluso en la prensa al ocupar un lugar relevante en periódicos y revistas, Úrsula Coimbra de Valverde, Cristina Ayala, Carmelina Sarracent, Salie Derosme. Mujeres negras que demostraron el valor intelectual de las de su grupo de descendencia al seguir las huellas de las matronas y reinas de los cabildos o de otras como Úrsula Lambert.
Es la ocasión ejemplar para destacar la personalidad de esta mujer haitiana que vivió en Cuba, la que se convirtió en protagonista de una película reciente en la que solamente destacan su relación amorosa dependiente del amor de un hacendado europeo blanco y no como mujer negra libre e industriosa que al morir dejó un cuantioso legado testamentario, incluso como acreedora de su propio cónyuge.
Estudiosos, investigadores e historiadores cubanos han profundizado en sus obras en el tejido social y civil del sector negro y mestizo, esclavos y libre y criollos, pero los han encerrado en fondos de bibliotecas y quedaron para el conocimiento y estudio de especialistas sin divulgación suficiente entre el público en general.
En los libros de texto de Historia de Cuba estos relatos no han tenido espacio. Generaciones de cubanos han aprendido una Historia parcializada e incompleta. De esta forma, se oculta la memoria histórica de este componente imprescindible para la formación de una Nación cubana.
También, poco interés aparte de la notación y datación simples, despertaron las redes que negros y mestizos habían construido mediante intereses comunes como parte de una sociedad esclavista fundada en la violencia de una estructura de clases afincada en la hegemonía del “hombre blanco dueño de haciendas sobre mujeres y esclavos, sin ninguna duda de su masculinidad”, para designarlo al modo que lo hizo cierto anónimo en aquellos primeros papeles fundacionales publicados en el Papel Periódico de La Habana a finales del 1700.
Los cabildos, asociaciones étnicas o por grupos de descendencia, grupos gremiales, lazos inter - familiares, lazos de relación a partir de etnias, vinculaciones de tipo religioso mediante las familias religiosas a un padrino o un babalawo sirvieron su espacio para establecer redes de confianza, solidaridad y de apoyo financiero mediante préstamos, legados, herencias.
Desde el siglo pasado, las preocupaciones sobre la Cultura Cubana movieron a distinguidos intelectuales cubanos a estudiar desde sus puntos de vista las relaciones entre Cultura y formación de la Nación.
Hasta el presente, esos estudios e investigaciones han aparecido sistemáticamente, pero en la mayor parte de las ocasiones, para no ser absoluto, impregnados por la visión sociopolítica de sus autores. A partir de estudios socio culturales basados en teorías euro centristas unas, otras surgidas en medios científicos y universitarios de América del Norte, pero ajenas a nuestra particular identidad cultural.
Es posible preguntarnos si estas visiones de la formación de la Nación se basan en la pluralidad que dispensan los estudios multidisciplinarios revisados con una mirada identitaria propia o exclusivamente ofrecen un examen de la datación de eventos y la acción de las figuras más relevantes para una épica nacional, embriagados por un latente mesianismo oculto detrás de un premeditado relato de una Nación que sirva a los intereses particulares de la clase política o una copia de otros de diferentes latitudes.
Una clase política liderada por hombres blancos, guerreros en su mayoría, heterosexuales, transmisores de una hegemonía que se reproducía desde siglos anteriores y legó sus valores a las generaciones posteriores al 1902.
Hay aún preguntas por replantearse en el sentido de una actualización de este fenómeno socio – político – cultural – territorial. ¿Existe una Nación cubana? ¿La Nación cubana es ese espacio intangible heredado y formado solamente por los que se denominan “revolucionarios” proclamados por el régimen comunista como dueños de las calles, las plazas y las instituciones?
Este pretendido predominio de una configuración ideo-política sobre el espacio geográfico físico identificado como la Nación cubana no es válido, primeramente por ser excluyente, luego por dividir en “guetos” o archipiélagos sociales la sociedad e impedir, a la vez, la formación de una cultura cívica, la que hace falta para tratar de buscar el camino de sanación de las grietas espirituales que padece la sociedad cubana y, por último, porque no garantiza el reconocimiento de la multiplicidad de individualidades que conforman el archipiélago sociológico cultural existente hoy en Cuba a pesar de las imperiosas necesidades de aprobación social del régimen en torno a su agotado proyecto de Nación.
¿Hay pues una Nación cubana con una Cultura con carácter identitario y de unicidad? ¿Son la rumba, los cantos rituales y bailes de la tradición yoruba, el ballet clásico y el flamenco, la canción política llamada Nueva Trova, el bolero, la pintura abstracta o la nueva figuración, el teatro y sus personajes travestidos, los mítines masivos con sus actos políticos - culturales tan patéticos el reflejo de la Cultura cubana? Indudablemente no.
¿Quedan las representaciones concreto-sensibles reflejadas en las Artes en Cuba como un muestrario del producto de una “Alta Cultura elitista y blanca”, la cual ya en los primeros decenios del siglo pasado dio muestras claras de agotamiento junto con un anexo donde caben las llamadas expresiones populares de una cultura de resistencia o el conjunto de experiencias vitales de negros, mestizos y blancos cada uno por su lado?
El relato de la Nación cubana por construir nuevamente no puede rescribirse sin anotar por su relevancia el reconocimiento de los grupos de descendencia africana, necesitado de reconocerse a sí mismos, descubrir y reincorporar un imaginario que no sea solamente un catálogo de imágenes religiosas y poses pintorescas a la manera de Landaluze, sino reconocer la identidad en toda su dimensión que les ha sido escamoteada, escondida, relegada, desvalorizada.
Todas estas interrogantes debemos plantearlas frente a cada evento con que nos quieren imponer una representatividad ilegítima. Simplemente, porque no son una expresión auténtica producida por el esfuerzo creativo de sujetos socializados por la relación obtenida mediante la comunicación y la integración de ellos con otros actores insertos en redes de sociabilización dentro de sus comunidades. Son una especie de pastiches con que nos han querido confundir para que no descubramos nuestros propios valores.
La revisión de los mitos culturales que conforman un relato de la Nación deberá servir para actualizar una Modernidad – Otra diferente de la que nos legaron mediante un proceso que convirtió a Cuba en una sociedad de consumo primero y luego 60 años más tarde la redujeron a la quiebra material y espiritual que experimentamos hoy en día.
El proceso de recapitalización de los valores espirituales de los ciudadanos redundará en la reapropiación de un espacio que es nuestro por derecho y la acumulación de riquezas espirituales en la medida en que sepamos distinguir las prioridades imprescindibles en cada momento y nos apartemos de perder el tiempo que ya se nos acaba en recurrir a mitos cosechados y visiones parciales para engañarnos una y otra vez.
FIN. LG/10.
Bibliografía:
-Barcia, María del Carmen. Capas Populares y Modernidad en Cuba (1878 – 1930) Colección La Fuente Viva. Fundación Fernando Ortiz, 2005.
-Barcia, María del Carmen. Los Ilustres Apellidos. Negros en La Habana Colonial. Ediciones Boloña. Oficina del Historiador de La Habana, 2009.
Hevia Lanier, Oílda: El Directorio Central de las Sociedades Negras de Cuba. 1886-1894, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1996.
La Habana, 2010-10-04.

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