miércoles, 8 de abril de 2009

MASCULINIDAD RAZAS Y ROLES SEXUALES EN CUBA

MASCULINIDAD, RAZAS Y ROLES SEXUALES EN CUBA.
Por Lucas Garve. Fundación por la Libertad de Expresión. La Habana, 2009-03-06.
La masculinidad en Cuba es producto de una construcción social. A finales del siglo XVIII, portavoces de la clase dominante diseñaron según sus criterios el prototipo del hombre cubano, “varón blanco, nacido de buena cuna, dominador de mujeres y esclavos y sin el menor asomo de feminidad”.
Sin embargo, debido al proceso de impacto social del encuentro de culturas y etnias dentro del espacio de la sociedad esclavista antillana, no se puede soslayar el carácter multirracial de la sociedad, muy particularmente dentro de las concepciones construidas alrededor de la idea de la raza, caracterizadas por la violencia innata de las relaciones sociales entre amos blancos y esclavos negros.
En este rejuego y reacomodo de las culturas y etnias que conformaron al hombre cubano actual son los negros quienes salieron más perjudicados. Primero porque se conceptuó un imaginario que los estigmatizó y sirvió para la construcción de un estereotipo de sus formas de ser. Equivale a apostar que el negro cubano no es producto de su tradición, en este caso, la de sus ascendientes africanos, sino el producto de una idea racista que los clavó con un alfiler en un espacio limitado por el cientificismo del siglo XIX a la medida de sus objetivos esclavistas.
Si examinamos la iconografía pictórica del siglo XIX la representación del hombre negro aparte de ser pintoresca es grotesca, siniestra, cargada de lujuria y sus prácticas culturales utilizadas como sinónimo de barbarie. Testimonio de ello es la serie de retratos de negros que dejó Landaluze en las que el negro es retratado como borracho, pendenciero, ladrón.
Más tarde en la República, el justo rechazo a esta imagen estereotipada del hombre negro condujo a muchos líderes de la comunidad negra y mestiza a privilegiar las costumbres “civilizadas” de los hombres blancos para ganar reconocimiento social y como medio de alejarse del estigma social tradicional.
En consecuencia, la proyección del hombre negro de hoy, en muchos casos, continúa la reproducción de una imagen que en esencia no es la suya propia. Son parches de identidad a manera de etiquetas que subyacentes en el discurso popular han sobrevivido a los cambios sociales, culturales y económicos del país.
Generalmente, los estereotipos positivos califican al hombre negro como el buen bailador, el bueno en el sexo, el buen deportista, el buen músico. El hombre negro cubano no se identifica particularmente con sentimientos paternales, ni con patrones de fidelidad a la pareja, ni con estabilidad laboral. Estas son ideas concebidas sin ningún fundamento y que han sido elaboradas tradicionalmente.
Uno de los aspectos más negativos de la condición de masculinidad en el hombre negro es el de la transgresión social pues en la medida que el negro es capaz de violentar los límites sociales en cualquier tipo de evento, incrementa y afirma su masculinidad. Un hecho que se refleja hasta en el lenguaje de forma muy natural.
Días atrás tuve la oportunidad de observar un caso ejemplarizante cuando un joven negro increpó en un espacio público a su pareja porque esta le echó en cara el empleo constante de expresiones vulgares en la conversación.
En este caso, la presencia innecesaria en su intercambio dialogal de palabras que identifican los genitales nos da la medida de su masculinidad en crisis y, además, de la imposibilidad de escapar de los estereotipos tradicionales de relaciones de violencia propios de la sociedad esclavista del siglo XIX que aún perduran en la sociedad cubana actual.
Perplejidad y asombro despertaron en mí la forma en que este hombre negro con un nivel de preparación escolar nada desdeñable reafirmaba que la naturaleza del negro era decir malas palabras, o sea el discurso vulgar como medio de expresión más propio.
El concepto de masculinidad del hombre negro en Cuba ha servido para encerrarlo aún más en un gueto del que le es difícil salir frecuentemente. Incluso, en las relaciones de las diversas orientaciones sexuales, se espera que el negro aporte la fuerza y la potencia de la erección de sus genitales bien desarrollados. Para ir más allá, nadie habla de orgasmo como clímax de satisfacción en la masculinidad del hombre negro. La idea en cuanto a este aspecto es que es el hombre negro es quien debe provocar con su poderoso instrumento fálico el orgasmo en su pareja. Lo que equivale a sostener que el negro es concebido como un objeto de placer, no un partenaire con calidad humana.
La alienación en las relaciones sociales es un motivo de explosión de la violencia contenida por el desajuste en el reconocimiento de su identidad. Aparejada con el criterio exagerado de victimización contribuye sólo a recluir al hombre negro dentro del gueto racial de su masculinidad. La plenitud del negro cubano se logrará cuando parta de él mismo la necesidad de despojarse de los barnices que las convenciones sociales emplearon en la construcción de su identidad. Ese día será más libre. FIN. LG/09.
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