miércoles, 3 de junio de 2009

LA VIDA ES UN TREN EXPRESO

LA VIDA ES UN TREN EXPRESO
Por Lucas Garve. Fundación por la Libertad de Expresión. La Habana.

Una amiga mía me regaló hace ya más de diez años un barquito plástico de color verde. Aclaro, sin ninguna otra connotación que la de llevar escrito a estribor y a babor la siguiente sentencia: “La vida es un viaje, todo es pasajero”. Una sentencia producto de una reflexión de varias horas auspiciada con absoluta finalidad filosófica por una botella de ron añejo.
Así, que sin rones por medio, sino con el cansancio provocado por venir de lugares distantes, nos reunimos varios quincuagenarios agotados más por el escaso transporte que por la presión alta en un cálido mediodía de principios de abril para convertir el recuerdo en pasatiempo, mientras esperábamos comenzar nuestras labores profesionales cotidianas.
Sucede que en nuestras vidas hemos vivido tantas peripecias que hoy mismo nos parecen surreales. Comenzamos, por recordar cuando las sábanas, las fundas y las toallas, se distribuían por el Comité de Defensa de la Revolución con un tickecito para luego adquirir los productos asignados por allá, los lejanos inicios de los 60.
También, rememoramos los tiempos cuando los fumadores sempiternos, sin dejarse vencer por la escasez del producto, rehacían cigarrillos con la ayuda de una caja de dominó y picadura recolectada en ceniceros reconvertidos en alcancía de colillas.
Volvimos a sentir sobre nuestras cabezas el sol del mediodía y el viento al subir a un arrastre de la cuña de una rastra por la emergencia causada por la inexistencia de ómnibus para trasladarnos por la habanera calle 23 rumbo al trabajo.
Sentimos el olor del agua de rosas ligada con leche de magnesia usada en lugar de desodorante. Nos quedó en la palma de las manos la lámina de glicerina común empleada para mantener y alisar el cabello sublevado por tanto sol y tanto champú de hoja de magüey. Comprobamos al pasarnos la mano por el brazo, cómo quedó la piel después de utilizar un estropajo vegetal por carencia de una esponja de baño para restregarnos debajo de la ducha.
Nos acordamos, entre risas, de aquellas latas de cereal de arroz procedentes de la Rusia soviética, que tenían el perfil de un infante como sello distintivo compradas a 25 centavos y cuyo cereal nos sirvió para suplir la leche de vaca en incontables desayunos.
Alguien, con toda intención, trajo a la conversación, la carne de res, de primera y de segunda, vendida cada nueve días, como nueve fueron los iniciales caballeros templarios y hoy tan desaparecida de las carnicerías, como exterminados hace siglos los Templarios de la faz de la Tierra.
Sin cejar en el recuento, pasamos a repasar inventos, tan remotos hoy, como los calcetines para hombres tejidos a ganchillo y las medias de malla de las mujeres que alcanzaron precios de hasta $ 60, las tajadas de mango frito para reencontrar el sabor a plátano maduro frito, la leyenda de los bistés empanizados de frazada de piso, el helado de yuca o de arroz y las míticas pizzas de preservativo, el uso del no- no, una latica redonda de comino ahuecada para llenarla de alcohol y hacer el café del desayuno cuando nos levantábamos sin tener gas en la cocina, la llegada y la partida de los “kikos plásticos”, hasta abocarnos en la actualidad del precio de los bici taxi, el último de los grandes inventos cubanos.
Como colofón indispensable, uno de los interlocutores sacó la conclusión que habíamos vivido muchas peripecias para una sola vida y que merecíamos ya una jubilación de la profesión más árida del mundo: la de pasar trabajo por gusto y sin darnos cuenta.
Y resulta que hace pocos minutos, al leer el obituario que el corresponsal de El País en La Habana, envió al diario español en ocasión del fallecimiento de Faustino Oramas, más conocido por el sobrenombre de “El Guayabero”, el autor cerró el trabajo periodístico con unos versos del finado trovador: “La vida es un tren expreso/ que recorre leguas miles/ El tiempo son los raíles/ y el tren no tiene regreso”.
Lo que me empujó a preguntarme ¿y quién me restituye ahora el tiempo y el esfuerzo perdidos? FIN. LG/07.
-0-0-0-0-0-Por Lucas Garve. Fundación por la Libertad de Expresión. La Habana.

Una amiga mía me regaló hace ya más de diez años un barquito plástico de color verde. Aclaro, sin ninguna otra connotación que la de llevar escrito a estribor y a babor la siguiente sentencia: “La vida es un viaje, todo es pasajero”. Una sentencia producto de una reflexión de varias horas auspiciada con absoluta finalidad filosófica por una botella de ron añejo.
Así, que sin rones por medio, sino con el cansancio provocado por venir de lugares distantes, nos reunimos varios quincuagenarios agotados más por el escaso transporte que por la presión alta en un cálido mediodía de principios de abril para convertir el recuerdo en pasatiempo, mientras esperábamos comenzar nuestras labores profesionales cotidianas.
Sucede que en nuestras vidas hemos vivido tantas peripecias que hoy mismo nos parecen surreales. Comenzamos, por recordar cuando las sábanas, las fundas y las toallas, se distribuían por el Comité de Defensa de la Revolución con un tickecito para luego adquirir los productos asignados por allá, los lejanos inicios de los 60.
También, rememoramos los tiempos cuando los fumadores sempiternos, sin dejarse vencer por la escasez del producto, rehacían cigarrillos con la ayuda de una caja de dominó y picadura recolectada en ceniceros reconvertidos en alcancía de colillas.
Volvimos a sentir sobre nuestras cabezas el sol del mediodía y el viento al subir a un arrastre de la cuña de una rastra por la emergencia causada por la inexistencia de ómnibus para trasladarnos por la habanera calle 23 rumbo al trabajo.
Sentimos el olor del agua de rosas ligada con leche de magnesia usada en lugar de desodorante. Nos quedó en la palma de las manos la lámina de glicerina común empleada para mantener y alisar el cabello sublevado por tanto sol y tanto champú de hoja de magüey. Comprobamos al pasarnos la mano por el brazo, cómo quedó la piel después de utilizar un estropajo vegetal por carencia de una esponja de baño para restregarnos debajo de la ducha.
Nos acordamos, entre risas, de aquellas latas de cereal de arroz procedentes de la Rusia soviética, que tenían el perfil de un infante como sello distintivo compradas a 25 centavos y cuyo cereal nos sirvió para suplir la leche de vaca en incontables desayunos.
Alguien, con toda intención, trajo a la conversación, la carne de res, de primera y de segunda, vendida cada nueve días, como nueve fueron los iniciales caballeros templarios y hoy tan desaparecida de las carnicerías, como exterminados hace siglos los Templarios de la faz de la Tierra.
Sin cejar en el recuento, pasamos a repasar inventos, tan remotos hoy, como los calcetines para hombres tejidos a ganchillo y las medias de malla de las mujeres que alcanzaron precios de hasta $ 60, las tajadas de mango frito para reencontrar el sabor a plátano maduro frito, la leyenda de los bistés empanizados de frazada de piso, el helado de yuca o de arroz y las míticas pizzas de preservativo, el uso del no- no, una latica redonda de comino ahuecada para llenarla de alcohol y hacer el café del desayuno cuando nos levantábamos sin tener gas en la cocina, la llegada y la partida de los “kikos plásticos”, hasta abocarnos en la actualidad del precio de los bici taxi, el último de los grandes inventos cubanos.
Como colofón indispensable, uno de los interlocutores sacó la conclusión que habíamos vivido muchas peripecias para una sola vida y que merecíamos ya una jubilación de la profesión más árida del mundo: la de pasar trabajo por gusto y sin darnos cuenta.
Y resulta que hace pocos minutos, al leer el obituario que el corresponsal de El País en La Habana, envió al diario español en ocasión del fallecimiento de Faustino Oramas, más conocido por el sobrenombre de “El Guayabero”, el autor cerró el trabajo periodístico con unos versos del finado trovador: “La vida es un tren expreso/ que recorre leguas miles/ El tiempo son los raíles/ y el tren no tiene regreso”.
Lo que me empujó a preguntarme ¿y quién me restituye ahora el tiempo y el esfuerzo perdidos? FIN. LG/07.
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