sábado, 31 de agosto de 2013

CUBA: NACIONALISMO  E  HISTORIA
Por Lucas Garve.
La Historia de Cuba escrita por historiadores, estudiosos, investigadores, etc. fue desde su  inicio una encomienda de Estado con fines políticos e ideológicos. La Historia de Cuba que hemos aprendido obedece entonces a criterios de formación cívica y de ninguna manera a fijar los hechos y las relaciones socio-económicas que se han anudado en una compleja madeja durante poco más de 500 años.
Desde Martín Félix de Arrate, hasta el último los historiadores contemporáneos en su mayoría han inclinado sus investigaciones a reafirmar los mitos del discurso  nacionalista. Por tanto, no estaría muy alejado el sostener que el discurso que  la Historia “de Cuba” plantea ha sido totalmente estructurado para servir a la Nación.
Con el objetivo de ir directo a la esencia del tema, prefiero dejar bien sentado que los imaginarios nacionales y los mitos imprescindibles para estructurarlos respondieron a la necesidad de la construcción de un Estado nacional.
La construcción de un Estado nacional debió enfrentar las consecuencias del surgimiento de la República, una República que nació con las particularidades propias que una Enmienda que establecía la subordinación política a un Estado extranjero con la que a su vez lesionaba naturalmente la soberanía nacional.
En correspondencia,  fue desde la Historia, la ciencia, la Literatura que sus primeros redactores partieron para acopiar los elementos que utilizaron para construir un discurso de sustentación, de reivindicación de la identidad nacional que diera a la sociedad cubana el derecho de gozar de libertad y soberanía.
Para escribir esta Historia de Cuba sus redactores rastrearon y unieron los elementos, sujetos sociales y representaciones culturales  dotados de significados culturales y étnicos así como políticos particulares que sirvieran para elaborar los imaginarios nacionales y sus mitos correspondientes.
En este proceso de estructuración de un discurso que se ajustara a las necesidades de  creación del relato nacional de la flamante República cubana, los redactores buscaron las fuentes en el pasado nacional más conspicuo políticamente por lo que no pudo ser otro que el de las guerras de Independencia.
Al tiempo, se inició la selección de episodios, de sus participantes convertidos en héroes y luego en mitos que todavía se valoran como tales, de fechas y lugares  bien determinados, que operaran  como elementos que conformaran esos imaginarios nacionales que harían falta para la redacción de una Historia Nacional y que a la vez fuera utilizable para la enseñanza a las jóvenes generaciones de la cual saldría el “moderno hombre cubano” necesario para que viviera e interactuara en el mundo civilizado con éxito.  
El Estado cubano desde su inicio en 1902 invirtió toda su influencia y poder en el sentido de componer la memoria histórica nacional imprescindible para respaldarlo. Para lograrlo, se desarrollaron iniciativas en estrecho acuerdo con las funciones estatales, más que con líneas de investigaciones socio-económicas.
Asimismo no escaparon a las influencias y presiones que ejercieron las relaciones con los Estados Unidos. Relaciones que luego de extenso período de dominación colonial exacerbaron el ingrediente nacionalista y la urgencia de un imaginario nacional  apoyado en fechas, actores, lugares y acciones seleccionadas para emplearlas como elemento de resistencia y reafirmación nacionales.
Siendo natural que estos relatos nacionales tuvieran como objetivos esenciales la reafirmación de la soberanía nacional y  estos intelectuales, historiadores o políticos, ellos encontraron en el pasado, en los hechos que la historia acopia los fundamentos básicos de la nacionalidad y de la identidad del nuevo Estado que tenían que construir.

Contaron estos intelectuales  con la anuencia del Estado en la creación de instituciones que albergaran, protegieran y marcaran el rumbo de sus estudios e investigaciones, como Academias de Historia, de Filosofía, de Letras y otras entidades de esa naturaleza.

Por ejemplo, la Junta de Superintendentes de Escuelas Públicas seleccionó en 1901 la obra de Vidal Morales “Nociones de Historia de Cuba” como texto reglamentario de enseñanza porque en sus páginas el autor había incorporado una serie de momentos y figuras importantes en las contiendas independentistas e imprescindibles para la composición del relato nacional.

También los objetivos declarados del autor tendían a dar una idea de conjunto acerca de la evolución del pueblo cubano, de su evolución en el proceso de convertirse en Nación independiente.

Es notorio que a falta de un pasado indígena, como los que cuentan otras historias nacionales latinoamericanas, la nuestra en las páginas de Vidal Morales haya exaltado e identificado con una visión eurocéntrica marcada  las acciones y situaciones, peripecias y cambios en la sociedad insular en su devenir desde la colonización hasta los primeros trece años de la República.

Tanto Vidal Morales y autores del período republicano que siguieron sus pasos en sus obras, resaltaron en sus obras la exaltación y el rescate de hombres y aspectos que lucharon contra el colonialismo español o contribuyeron a la toma de conciencia nacional. Entre ellos hallamos a Carlos Manuel de Céspedes y Quesada  (1871-1939), Eladio Aguilera Rojas, Gonzalo de Quesada y Aróstegui.


Para estos y otros investigadores y estudiosos, había que hurgar en el pasado de luchas contra el colonialismo español para afirmar la solidez de la formación de una conciencia nacional cubana y como una forma de consolidar la soberanía nacional. Pensaron que al “normar” los actores destacados y las acciones relevantes del pasado mediante una Historia nacional ofrecerían cohesión y continuidad a los elementos sociales que dispersos y heterogéneos intervenían en el proceso natural de formación nacional.

Siguiendo el patrón marcado por Vidal Morales y apoyados en la erudición documental de sus obras, los historiadores y escritores republicanos reflejaron en sus historias y biografías con carácter educativo  un sentimiento patriótico y nacionalista gracias a una visión apologética de hombres y hechos.

Entonces para dar unidad y fuerza al proceso y para tomar como punto de arranque para el desarrollo de la identidad nacional denominada como “Cubanidad”, la historia se concretó en un solo hombre, un grupo social y una clase.

Vale resaltar la primacía del género masculino en los patrones del héroe en estas historias, porque realmente el papel de la mujer cubana en las contiendas por la Independencia si no fue invisibilizado de estos relatos e historias, al menos quedó minimizado a unas pocas figuras regularmente expuestas en apoyo de la acción masculina.
 
Tal manera de actuar respondía a la necesidad de sedimentar las bases de una identidad y una nación diferente a la española, y por qué no también a la norteamericana, un enfoque del asunto que propició en algún que otro momento se mantuviera una actitud en contraposición con “aquellos” con quienes estaba relacionada en los diferentes niveles político, económico y cultural por subordinación y dependencia.

No obstante la posición tomada al respecto, en cuanto a la construcción de una identidad nacional diferente y ajena a “otras influencias”, la misma contenía por fuerza hitos y referencias comunes, puesto que dada la situación de subordinación colonial y luego de ocupación estadounidense, en ambos casos lógicamente surgieron adopciones y re-acomodamientos  de usos y costumbres materiales identificables y de manifestaciones en el campo de los símbolos y de la ideología.

A sólo 24 años de instaurada al República el Presidente de turno, Gerardo Machado, general de la Guerra de Independencia además, designó a una Misión Permanente de buscar, acopiar y trasladar a Cuba todos los documentos sobre la historia colonial. La Academia de Historia presidida por el sabio polígrafo cubano Fernando Ortiz comisionó a José María Chacón y Calvo, prominente filólogo y profundo conocedor de la cultura hispana residente en Madrid de tal misión, quien la cumplió a cabalidad.

El rescate del pasado realizado por una clase intelectual cubana y claramente nacionalista mediante la evocación de una selección de hitos, hechos, fuertes personalidades, confirió una aureola de gloria y magnificación a la epopeya que asentaron y consolidaron con evidente insistencia el ideal nacional en una historiografía nacionalista, cubana y paternalista.

Una historia propia, apologética, nacional y patriótica fue manufacturada por estos historiadores, escritores e intelectuales, pero eso sí,  alejada de la historia de la antigua metrópoli y con escasas referencias a la misma, a excepción de su uso como referente contrario.

Al examinar la obra de Ramiro Guerra, historiador cuyas obras gozan de ser el referente por excelencia de toda obra historiográfica cubana, observamos que la selección del Hombre cubano representativo en el plano político tomado del grupo que lideró la gesta independentista, de los usos y costumbres reflejadas en el plano cultural, de sus acciones y resultados, todo responde a la adopción de una visión de fuerte sentimiento nacionalista en correspondencia absoluta con el ideal de la identidad nacional.


La Literatura como sostén y reafirmación del relato propuesto por la Historia.

La Literatura sirvió de acompañante a la Historia en el fin de recrear una determinada memoria histórica basada en esos héroes y de un pueblo que luchó a lo largo de todo el siglo XIX por su independencia y contra el colonialismo español.


El pasado rescatado e reinventado alcanzó a ser una necesidad para la construcción del Estado nacional, proceso en el cual la Historia se puso al servicio de la nación. Al obedecer a esta razón de Estado, la expresión literaria se volcó en afirmar los rasgos definitivos de la identidad nacional.

Estos literatos trazaron las dos tendencias predominantes al elaborar la fijación del pasado selectivo,  por un lado contribuir al fortalecimiento de la soberanía nacional y por el otro oponerla a la injerencia política, económica y cultural extranjera.

Para lograrlo era necesario hallar una representación fundamental que encerrara y encarnara el ideal del cubano con un sentido de continuidad y cohesión con ese pasado selectivo para que sirviera como único y definitivo elemento en el proceso formativo y de consolidación de los ideales nacionales.

Persiguiendo esta concepción del ideal nacional, se eliminó cualquier elemento o elementos sociales y culturales que aportaran la heterogeneidad de género, clases, grupos sociales y raciales.

Por limitar “la Cubanidad” en un proceso de ajuste preciso al ideal nacional proyectado, escogieron la figura del campesino blanco. Según Ramiro Guerra, era la figura histórica representativa de quien había protagonizado las guerras de Independencia contra España, además de constituir un producto auténtico y original del campo cubano.

Al tiempo de esta manera, era reafirmada la sentencia del Apóstol José Martí y Pérez acerca de la representación del “ser cubano” (…Más que blanco, más que negro…) Examinada desde otro punto de vista, esta elección responde al reflejo de una concepción de la criolledad arraigada en su relación con la Tierra y la virginidad del Hombre natural tan apegada a la visión antropológica con matices eurocéntricos.

Incorporaba también valores ligados a las relaciones de la cultura con el lenguaje, la formación y el trabajo agrícola con las tradiciones de siglos anteriores todas mezcladas, pero al mismo tiempo sin abandonar el diseño del ideal de hombre cubano que los primeros intelectuales criollos trazaran en fecha tan temprana como el 1791 en las primeras ediciones del Papel Periódico de La Habana. Un ideal que se revela exclusivo en su heterosexualidad, su dominio de la propiedad, la ostentación de la masculinidad, la hegemonía social sobre mujeres y esclavos.

En las novelas de la época se dibuja una imagen bucólica del campo cubano, donde el centro es el campesino blanco que se aferra a la Tierra en contraposición a la injerencia extranjera, en este caso anti estadounidense, representada en la figura del administrador del central azucarero.

Pero más acentuada dramáticamente es la interpretación de la vida republicana  presente en las novelas más representativas de la primera época republicana y donde los autores exponen sus visiones acerca de la vida nacional. Ejemplo evidente y paradigmático son las novelas de Luís Felipe Rodríguez, “Marcos Antilla. La tragedia del cañaveral” (1932) y “Ciénaga” (1937) en cuyas páginas, el campesino y el cañaveral y en la otra,  la ciénaga pantanosa e inhabitable son el reflejo de la vida nacional que se hunde por la ambición de los intereses económicos extranjeros, al tiempo que deposita en el campesino blanco la esperanza del rescate de la patria y el futuro del país.

La novela se convierte en denuncia social y política y también en un manual o guía de conducta moral y cívica, gracias a la cual el narrador, Luis Felipe Rodríguez, muestra al pueblo sus carencias, defectos y además le indica el camino para superar su sentido de transitoriedad y provisionalidad, y le anima a formar la nación.


La Nación trazada por Ramiro Guerra o por los literatos de la primera generación republicana, quienes en el rescate de lo autóctono, extraen de la tierra al guajiro y lo elevan a Representante de la Cubanidad y de la lucha y resistencia frente a Estados Unidos, frente a la enajenación y a la expropiación de las tierras.


De esta manera, la Literatura en alianza con la Historia fortalece la creación de mitos que aún y con fuerza anidan en la mentalidad del cubano de hoy, mitos como el de la unidad racial del cubano, el mito de la raza “hispana” frente al de la raza sajona, el de la cohesión de la sociedad cubana en torno al ideal de Patria y de Nación, así fuera la identificación de la primera con una figura, un hombre un ideal.

A pesar del planteamiento de  la integración, como hiciera el antropólogo Fernando Ortiz y de la otra tendencia de la exclusión u omisión, como hicieron un nutrido grupo de historiadores, se presentó una sociedad homogénea, integrada y cohesionada, cuyas raíces se hundían en las luchas contra el colonialismo español, juzgado y valorado de muy diferente manera.

En este proceso, las identidades colectivas fueron acalladas en función de una identidad nacional que lejos de ser integradora excluyó en aras de un “ideal patrio” a amplios sectores de la sociedad cubana considerados subalternos.


La transmisión de valores nacionalistas ideales a la reconstrucción socialista de la Nación.

Con la victoria de las huestes anti-batistianas en 1959, se abre un capítulo en la vida nacional cubana que todavía padecemos y ni avizoramos el preciso desenlace esperado por muchos y desatendido por otros.

Desde la asunción al Poder, denominado revolucionario, la sociedad cubana sufrió un desmontaje de sus estructuras tradicionales, tanto que usos y costumbres fueron borrados por la impronta de la acción revolucionaria y la justificación de la promesa de la construcción de una nueva vida nacional que produciría “el Hombre nuevo” necesario para defenderla.

Luego de años de tanteo ideológico, a partir del centenario del 1868, se retomó la herencia cultural del hombre de la insurrección independentista con el fin de acelerar la vuelta a un ideal en que el hombre blanco representativo de la “Cubanidad” reasumiera con fuerza el lugar que ocupaba, pero ahora, desligado de cualquier rasgo o carácter inclusivo.

Si en tiempos del inicio de la República se reafirmó el diseño de una imagen del hombre cubano blanco,  dueño de sus propiedades materiales e inmateriales, el Poder “revolucionario” proyectó el del Hombre cubano al servicio del Estado para lo cual movilizó y reutilizó los mitos nacionales que unían a la Colonia todavía con la República.

Este mismo Poder reivindicó y reasumió la tesis y la figura de Fernando Ortiz, mientras borró de un plumazo las de otros pensadores, con la finalidad de utilizar su tesis de la integración cultural de la sociedad cubana para fortalecer y consolidar la unidad en torno a los designios gubernamentales de la nueva época.

Fortalecido con la legitimidad de los mitos nacionales que todavía eran guardados en la mentalidad del cubano, el régimen comunista se centró en la defensa del nacionalismo a ultranza contrapuesto a una supuesta “agresión imperialista del Norte” y al pretendido bloqueo del gobierno estadounidense para magnificar su sentimiento de “plaza asediada” como justificación a la represión contra cualquier tendencia de oposición y como obstáculo al cambio democrático.

El falso y maniqueo nacionalismo que hoy se respira a ambos lados del Estrecho de la Florida, aupado por los mitos tradicionales y las expectativas ideales de una República que nunca fue tal, ocupa un espacio impregnado de un evidente oportunismo político para totalizar la visión de un país que a pesar de tantos esfuerzos y agonías no acaba de alcanzar la posibilidad de componer la Nación tan anhelada por generaciones enteras de cubanos.


FIN












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